Éste artículo se empezó a escribir allá por 2016. Lo recupero por mi reciente vuelta al blog con más o menos añadidos y cambios.
«El tío tiene voz de vieja cantando». Creo que cualquiera que sea seguidor de la banda y lee esto en un video relacionado, artículo o querer dar una pista de lo que dice no gustar en otros ámbitos podemos saber de quién habla. Llegamos a ese punto que no voy a discutir, el falsetto de Jón “Jónsi” Þór Birgisson puede acarrear discusiones ya que por sí sola la voz es un instrumento, y si encima le añadimos el hecho de ser en ciertos temas un galimatías suma o resta para según quién.
Este artículo de opinión ha surgido al leer un comentario bastante «hater» en una web británica que si bien no comparto su punto de vista me ha hecho reflexionar lo que puede, podemos reflejar los seguidores acérrimos de la banda en cuestión y ésta misma.
He escrito en un par de ocasiones unas entradas exponiendo mi opinión sobre los fans, como el hecho de algunos que desprestigian el motivo o forma que se añaden nuevos seguidores, o quienes en parte se quieren sentir especiales, casi superiores.
En esta ocasión sera señalar lo que se puede leer, escuchar y en resumidas cuentas notarse de quienes no les llega el sonido, la marca o en sí mismo el grupo. Y no olvidándose de los repartidores de carnets.
Comencemos con un tema tan querido, y que incluso sin llegar a escuchar más canciones de Sigur Rós puedas haberlo hecho y gustarte, o el que más sin profundizar mucho. Eso quienes de primeras no les pueda atraer el tipo de música pero alguna cae. «Hoppípolla«. En el artículo británico que dije antes, señalan la música para «bebés adultos». Lo primero que se me viene es un bebé gigante con un pañal también enorme aunque con barba hipster y en vez del sonido de llavero replicando, ese tema sonando en altavoces de casa o conciertos como tal. Es curioso. Para mi es un tema que me encanta pero que tampoco creo que define al trabajo global. Han hecho de otras canciones un aire positivo, para algunos estomagantes, pero en cambio a otros les parecerá «un coñazo», «lo mejor en somníferos», «voces e idioma estridente y hacerse guays por no pasarse al inglés y la letra no sea la panacea igualmente»… Y sería una tortura para el que no esté dispuesto a escucharse Popplagið en su totalidad.
Hay que señalar que también forman parte de una cantera de músicos entre mediados y finales de los 90, islandeses y todo el rollo que pueda sonar a factura modernilla, de países del norte, como el que quiere tener un Mac encima de lo último del catálogo de muebles de Ikea. Tampoco ha ayudado a quienes empiecen a cogerles manía (puede ser por los mismos fans como he señalado anteriormente y enlazado artículos propios) y se enteren que han tenido entrevistas secas, desastrosas (como si quisieran invitarlos a «El Hormiguero» de la televisión de España y no entienden el tipo de formato o humor o porque el presentador acapara cosas estúpidas y no siguen el juego), no entender ciertas preguntas u intenciones o si y desmarcarse, y opiniones impopulares (para algunos que al decir no sentirse superiores y ese es tu estilo de sonido o no hacen nada especial pero justo eso acaban de tildarlos de engreídos).
Es una banda que venderán unas decenas, centenas de miles de copias, y sumando millones con los años de sus álbumes. Pero no vamos a decir que venden millones al momento, o saltan en todas las webs de música en portada al menos cada año y colándose sobre otros, revistas y por supuesto si en cada país tiene sus artistas preferidos, nacionales o internacionales. Se puede decir que en estos años han ido creando expectación en sus giras mundiales, y que pese a tener una variedad de países aún no visitados, cuesta el hecho de pensar si lo harán. También es de recibo que hubo merchadising que de forma limitada podían excederse con el precio, pero al final había fans dispuestos por comprar.
Hay que pensar que no es lo mismo una base de fans que pueda llenar un concierto como el que pueda ser más dificil o menos complicado logísticamente y si interesa en capitales.
Otras de las quejas que he leído, entre fans por ciertas ideas, y de quienes no soporten y piensan que es error del «Poochierismo» (el termino, no mío, de algo que intenta ser molón, «cool» pero como dicen los chilenos acabe siendo «fome», sin gracia), de aparecer en estos última década en productos de la TV, como «Los Simpson» o «Juego de Tronos». Eso no se puede negar que lógicamente es promoción, es marketing y también los responsables de esas series gustarle su música (o así declaran tanto por la serie animada como el mismo creador de la serie de libros de «Canción de hielo y fuego» George R. R. Martin.). Pero mirando años atrás ya hubo una polémica para algunos de abordar en el mercado de EEUU por oportunidades como la película tan hablada por aquí de «Vanilla Sky» de Cameron Crowe. Y mirando listado de temas formando parte de la banda sonora en películas, series y hasta documentales la cosa sigue para largo.
Eso llega a otro punto. Puede ser en un documental de naturaleza de la BBC como la final de programas de talentos, con el resobado montaje del momento sonando «Hoppípolla». O si suena en tal tráiler, que si tal anuncio con animales y medio ambiente…
Hablar de Islandia antes o después alguien mencionará al ahora trío dúo musical. Que no falte algún tema con imágenes de paisajes naturales en una edición de video o programas de viajeros. Incluso puede que para el turismo la gente menciona a tantos grupos originarios de allí y desean estar donde surge su creatividad. Cuando se señala detalles así es como el hecho del término «chico/chica rara» (aunque con los años el primero no se cuestiona tanto o es normalizado, pero la chica poco a poco y ya siendo un producto más con su estética o estereotipo en ficciones) que para algunos les pueda repeler, «mirad estos que se hacen los distintos». En mi opinión es el hecho de apuntar con el dedo, si son modernitos, les debe gustar ir a Starbucks o si el cantante es homosexual y vegano declarado. Porque no hay escándalos que contar (Act. abril 2020: Estos años surgió ciertas evasiones fiscales y la marcha de Orri Páll con toques turbios ocurridos en la grabación del álbum Kveikur en Los Angeles). Lo único más dispuesto a comentarse son ese tipo de ejemplos y cómo va evolucionando su música. Y por supuesto el darles una pátina de intocables, como que el ex-batería es más víctima que la persona que le demandó.
Ese otro punto a comentar, su sonido. Creo que he visto más críticas por quienes son seguidores que los que empiezan a escucharles. O los que para nada no comentarán nada nuevo. Que si ahora son más alegres, que si ahora Valtari es un rollo nada animado, que si Takk está genial, pero que vuelvan al sonido de los primeros (allá en 2005)… con el último lanzado, «Kveikur», para algunos mejoraba a Valtari, otros que mejor el anterior o ya si eso se pasaban a un sonido «dubstep» ¿?. Al final como digo quienes les repele dirán siempre «son coñazo, llavero ante bebés grandes o el de la voz irritante». Pero es curioso lo de si sacan siete discos, para algunos querrían siete iguales. Hay quienes no perdonan que el querido ex-teclista, Kjartan Sveinsson, no haya vuelto a la banda. Como si ésta tuviera el deber moral de hacer cambiar la elección como músico de connotaciones clásicas en los últimos trabajos por su cuenta y su propio camino a que volviera porque, eso, hay que contentar siempre a los fans.
Ahora mismo ninguno de los dos integrantes que quedan, Jónsi y Georg Hólm, han lanzado un comunicado que la banda se disuelve. Mientras, el primero parece prepararse para un retorno como solista. Quizá empiece a fijarme cuales son los comentarios, ganando ésta vez las felicitaciones a Jónsi y echando de menos a la banda. De nuevo, acabaría por haber las repetidas quejas que he expuesto, aunque no hay nada peor que no haya dónde apuntar con sus críticas dolientes para éstas personas con afán de demostrar su desagrado y cierto aire de esnobismo.